Un equipo de ingenieros de la Universidad de Toronto ha logrado alzarse con el Igor I. Sikorsky, un galardón dotado con 250.000 dólares que premia al equipo capaz de desarrollar un helicóptero propulsado (y aquí viene lo increíble) solo con la fuerza de su piloto.
La iniciativa AeroVelo, que recuerda a los ingenios de Leonardo da Vinci, ha superado con éxito las rigurosas condiciones del certamen que desde 1980 promueve la Asociación Americana del Helicóptero y que, hasta ahora, nadie había conseguido ganar: un vuelo de 60 segundos de duración que alcance los 3 metros de altura, sin dejar de salir de un cuadrado de diez metros. Y, por supuesto, con el único combustible de la fuerza humana.
Muchos equipos habían intentado, sin éxito, ganar el premio desde que se anunció hace 33 años. Pero el histórico vuelo se llevó a cabo el pasado 13 de junio en el Ontario Soccer Centre en Vaughan, cuando el helicóptero AeroVelo Atlas se elevó a una altura de aproximadamente 3,3 metros y se mantuvo en el aire durante unos 65 segundos sin desplazarse más de 10 metros. El piloto fue Todd Reichert, un alumno de la Universidad de Toronto que es un consumado ciclista. El aparato se elevó solamente con las fuerzas de sus pedaladas sobre una bicicleta.
Retos tecnológicos
El equipo comenzó a desarrollar el proyecto en mayo de 2012. Desde entonces se vieron obligados a realizar una serie de cambios y superar varios retos tecnológicos hasta conseguir que la máquina funcionara. «Nos metimos en esto convencidos de que podíamos ganar. A cada paso nos dimos cuenta de que el premio era mucho más difícil de lo previsto originalmente, pero fuimos capaces de superar las dificultades», dice Reichert.
Según explica, uno los objetivos de AeroVelo es proporcionar a los estudiantes de ingeniería oportunidades de experimentar las aplicaciones del mundo real. De hecho, decenas de estudiantes de ingeniería han trabajado en el proyecto en los últimos años, en trabajos que van desde la reparación del vehículo después de un accidente a diseñar y probar componentes para que la nave pudiera volar. El resultado es un aparato volador que entrará en la historia de la aeronáutica y que haría las delicias de las mentes más inquietas del Renacimiento.
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